Oigo tu voz, una voz áspera, de tono admonitorio, la voz de un fiscal severo e implacable; la voz de alguien que... no sé, no me atrevo a decir la pala¬bra, pero no encuentro otra... "de alguien que odia", sí, odia. —¿Me odias? —te pregunto. —No te hagas la dramática. ¿Qué tendría que preguntarte yo, entonces? —Lo que quieras preguntar. Pero no preguntas, no. Por supuesto. Se trata de meter el dedo en la llaga, no de ayudar a que la llaga se cure. Se trata de sacudirte las culpas y echármelas encima (la culpa de mi tristeza, la culpa de tu tristeza, la culpa de que el pan se nos vuelva ácido en la boca, y un soplo de frío convierta en estatuas de hielo las palabras que se apretujan en la garganta), dejarlas caer sobre mí, que rondo por mi interior sin encontrar una brizna de voluntad para hacer aunque sea el movimiento reflejo de "devolverte la pelota". Las lágrimas salen, ruedan, me corren por el cuello y mojan mi pelo, la almohada. Mis ojos lloran de memoria.¿Por qué las lágrimas salen de los ojos si yo las siento en el medio del pecho, son eléctricos estremecimientos? Tendrían que brotarme del medio del pecho, como un surtidor. Y a lo mejor vendría una bandada de gorriones a beberías, todos trinando, alegres pajaritos grises... y algunos traerían flores en el pico, nomeolvides celestes, jazmines del país, tréboles de cuatro hojas... Pero no. Mi llanto no atrae a los pájaros, no humedece corolas, sólo se pierde absorbido por la tela de la funda.
Juega conmigo al gato & al ratòn. Si le pido "Quedate un poco màs"se viste & se va ~ ♪
No estabas ahí, nunca estabas. Lo querías todo aunque no era lo justo te di mi vida te di mi todo no estabas ahí. Me dejaste caer
viernes, 18 de febrero de 2011
Oigo tu voz, una voz áspera, de tono admonitorio, la voz de un fiscal severo e implacable; la voz de alguien que... no sé, no me atrevo a decir la pala¬bra, pero no encuentro otra... "de alguien que odia", sí, odia. —¿Me odias? —te pregunto. —No te hagas la dramática. ¿Qué tendría que preguntarte yo, entonces? —Lo que quieras preguntar. Pero no preguntas, no. Por supuesto. Se trata de meter el dedo en la llaga, no de ayudar a que la llaga se cure. Se trata de sacudirte las culpas y echármelas encima (la culpa de mi tristeza, la culpa de tu tristeza, la culpa de que el pan se nos vuelva ácido en la boca, y un soplo de frío convierta en estatuas de hielo las palabras que se apretujan en la garganta), dejarlas caer sobre mí, que rondo por mi interior sin encontrar una brizna de voluntad para hacer aunque sea el movimiento reflejo de "devolverte la pelota". Las lágrimas salen, ruedan, me corren por el cuello y mojan mi pelo, la almohada. Mis ojos lloran de memoria.¿Por qué las lágrimas salen de los ojos si yo las siento en el medio del pecho, son eléctricos estremecimientos? Tendrían que brotarme del medio del pecho, como un surtidor. Y a lo mejor vendría una bandada de gorriones a beberías, todos trinando, alegres pajaritos grises... y algunos traerían flores en el pico, nomeolvides celestes, jazmines del país, tréboles de cuatro hojas... Pero no. Mi llanto no atrae a los pájaros, no humedece corolas, sólo se pierde absorbido por la tela de la funda.